martes, 18 de junio de 2013

Es como una hoja en blanco, un vaso sin bebida o un bolígrafo sin tinta: algo desaprovechado. Libros sin letras, películas sin imágenes, música sin sonido o granizado sin hielo... Cosas que están incompletas, inacabadas.  Como una bombilla que no se enciende, un mapa sin países o una puerta sin picaporte: inútil, inservible, vano. Algo roto al fin y al cabo. Una sensación de inutilidad, de falta, de carencia. Algo que puede ser mucho y sin embargo no es nada, algo que puede brillar y se mantiene en penumbra; algo capaz de experimentar y que se limita a observar; algo que no enseña, ni aprende, que no adquiere ni da. Algo muerto. El no tener nada que aportar, nada que ofrecer, el no tener sueños ni metas, el no saber, el estar vacío, el sentirte vacío. Ser como un pasillo del colegio en plenas vacaciones de verano, como el desierto del Sahara o unas manos que no tienen nada que entregar ni tomar; notar que no tienes nada que mostrar, que solo puedes recibir. Un sentimiento de incapacidad, de impotencia, de querer y no poder, de necesitar, de normalidad, de vacío al fin y al cabo. La apariencia de estar vivo por fuera y en cambio, estar muerto por dentro.


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