domingo, 12 de mayo de 2013

Los pequeños detalles, son los que más cosas guardan.

La plaza del Hotel de Ville estaba tan aborratada como siempre. Personas que van y vienen en diferentes direcciones, prisa en las caras de la gente, terrazas llenas de amigos, parejas o solteros leyendo un periódico; ruidos de coches, voces que se unen formando el murmullo característico de cualquier gran ciudad, cucharillas removiendo cafés, pasos, sillas deslizándose, niños lanzando cánicas que rebotan en el suelo, la risa de la señora dos mesas más allá... Una ciudad en movimiento. París en movimiento. La vida acelerada; como en una película cuando todo empieza a ir a cámara rápida, pero en versión realidad. Y en medio de todo ese ajetreo, de todo ese agobio, dos jóvenes son ajenos a todo lo que pasa a su alrededor y deciden parar el tiempo de sus vidas durante unas milésimas de segundo. Deciden compartir un beso rápido, como tantas otras veces hacen en la intimidad. Están rodeados de gente, pero nadie los ve o mejor dicho, nadie se fija. Es curioso como los humanos dejamos pasar de largo los pequeños detalles, los mejores detalles de la vida. Hacemos más caso a la letra pequeña de los productos, que a los momentos pequeños de la vida. Pero como siempre, hay alguien que presta atención, un superviviente en toda esta multitud de personas que aún consigue vivir ajeno al estrés del trabajo y de la viva misma, un hombre de profesión "observador", un encargado de mantener vivos los pequeños detalles que los demás pasan por alto, un soñador, un iluso... como queráis llamarlo; pero ahí estaba, tomando un café, camuflado entre las mesas de aquel café parisino, con una Rolleiflex en mano y un reportaje para la revista Life en el que mostrar el París romántico del que todo el mundo habla. 3,2,1... y el clic de la cámara se combina con el de las sillas, las voces, los pasos.... Ya está. Guardado en un carrete a revelar, el tiempo enfrascado en una cinta que cuenta muchas otras historias, el tiempo parado en un lugar concreto dentro de todo ese ir y venir de personas, el amor hecho fotografía. Esos instantes en los que la vida paró para esos jóvenes quedó para la eternidad gracias a un superviviente al siglo XX, a un espectador de todo aquel panorama que consiguió ver por encima de la impaciencia y velocidad de los parisinos, que consiguió decelerar la velocidad y congelar aquel minuto de 1950.



(El beso del Hotel de Ville es una fotografía de Robert Doisneau que publicó junto con otras en un reportaje para la revista Life en 1950. No es una fotografía tomada al azar, Robert pagó a Françoise Bornet y Jacques Carteaud - estudiantes de arte dramático y protagonistas de la foto- para que posaran después de conocerles en un café e hicieron fotografías en diferentes puntos de París. Es considerada la fotografía más vendida de la historia, gracias en gran parte a todas las falsas parejas que han dicho ser protagonistas de las foto para tener su parte de ganancia. Fue tomada con una Rolleiflex y expuesta en el Museo de Arte Moderno de Nueva York)

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