domingo, 24 de marzo de 2013

"La fotografía es verdad. Y el cine es una verdad 24 veces por segundo."


 -Y para ti, ¿Qué es el cine?

-¿Para mí? ¿El cine? No sabría por dónde empezar a contar la historia... Para mí el cine es Amélie, el famoso guante de Gilda, el suspense de Hitchcock, el poder camaleónico de Johnny Depp, los guiones de Woody Allen, las películas de Billy Wilder, la escena de la ducha en "Psicosis" y las risas de "Con faldas y a lo loco". Para mí el cine es la felicidad que me transmite "Singing in the rain", "Grease" o "Mamma mia!", el cine para mí es llorar por una película bien hecha, gritar a Jack para que se suba con Rose a la tabla, la locura de Tim Burton y la vida de Holly Golightly. Para mí el cine son las bandas sonoras de Hans Zimmer y de Yann Tiersen, Audrey Hepburn cantando Moon River en la ventana y las historias de amor como "El diario de Noa"; para mí, el cine es el mensaje de "V de Vendetta", Humprey Bogart e Ingrid Bergam en "Casablanca" y "El gran dictador" de Chaplin. Cine son las dos últimas películas de Tom Hooper, pero sobre todo, la escena final de "Los Miserables". Cine es Grace Kelly en "La ventana indiscreta", James Dean haciendo de rebelde e incluso las comedias como "El diablo viste de Prada" o "Bridget Jones". Para mí el cine es no dormir para ver los Golden Globes o los Oscar, sonreír por cada uno que sube a recoger un premio y sentirme feliz por esas personas que ni siquiera conozco; soñar con poder ser algún día lo que son ellos, admirarlos e incluso quererlos. Para mí, el cine es ver como Meryl Streep puede interpretar cualquier papel que la pongas, el París bohemio de "Midnight in Paris" o "Moulin Rouge" y la ciudad de Manhattan retratada en "Annie Hall"; también lo son los personajes de Audrey Tautou y el amor por el séptimo arte del protagonista de "Cinema Paradiso". Llamarme tonta, pero lloro al escuchar la banda sonora de "Doctor Zhivago" o "El guardaespaldas", lloro al ver como uno de mis directores, actores, actrices o películas favoritas ganan un premio; lloro cuando veo los créditos finales y sale el logo de la productora confirmando que ya no hay ni un minuto más de película; lloro por lo que les pasa a los personajes, por el simple hecho de sentirme identificada o sencillamente porque estoy disfrutando. Por todo esto ya podrías hacerte una idea de que el cine es mi forma de vida, mi forma de pensar, mi forma de ser e incluso de actuar. Nunca me cansaré de decir que he aprendido más con las películas que con el colegio, porque todo lo que soy, toda mi filosofía personal, mi forma de pensar, se lo debo a él. Solo a él. Me ha enseñado a creer, a soñar, a ver la realidad desde otro punto de vista que aunque muchos no lo crean, es tan real como el suyo propio. El cine ha sido ese profesor particular  que ha guiado mi vida, el cine es y será una parte de mí, algo que siempre llevo conmigo. Mucho más que un domingo lluvioso de pelí y palomitas o una tarde viendo un estreno con mis amigos. Es mi día a día, mi consejero, mi amigo, mi rutina. Eso es para mí el cine.


sábado, 16 de marzo de 2013

Y ahí estaban. Todas y cada una de las fotografías que ella había ido haciendo a lo largo de su relación. Ordenadas por fechas, repartidas en álbumes, pegadas a la pared o simplemente esparcidas sobre su escritorio. Recogían pequeñas partes de su historia, partes de cariño, partes de viajes, de tardes, de discusiones, de reconciliaciones. Partes de amor al fin y al cabo. Nunca antes las había prestado atención, pero siempre habían estado ahí. Recordó que siempre la preguntaba por qué hacía tantas fotos y ella nunca le contestaba. Ahora lo entendía todo. Había obtenido esa respuesta sin necesidad de formular la pregunta.

Y ahí estaba. El día de su cumpleaños. La tarta que le hizo a pesar de no tener ni la menor idea sobre cocina, las velas a medio consumir, la cocina blanca por la harina y la bufanda verde que había utilizado para taparle los ojos. Aún podía recordar su olor en ese pañuelo, el suave aroma a lavanda que desprendía al igual que lo hacía su cuerpo en cada movimiento, y entonces, la vió a ella. 

Al lado estaban ellos, tumbados en el sofá arropados por una manta, dándose calor el uno al otro, ella apoyada en su pecho, leyendo cualquier libro de Jane Austen y el dormido sobre el cojín. Ni siquiera se enteró de cuando hizo esa foto. Pero ahí estaba, junto a las demás, construyendo la historia de la que formaba parte. 
También estaba el árbol de Navidad, los decorativos navideños en las cajas preparados para volver a formar parte de la casa un año más, las uvas de fin de año, el espejo roto por culpa de la botella de Champagne mal destapada, los envoltorios de regalos esparcidos por el suelo, su rostro sonriente con los pendientes que él la había regalado, la ropa tirada en el suelo al lado de la cama... Toda una Navidad capturada en pequeños trozos de papel que harían que ese recuerdo no se perdiera nunca, por muchos años que pasaran y por muchos daños que soportarán. El amor estaba ahí, en esas fotos. Todo se quedaría guardado para siempre, y ni el dolor conseguiría borrar lo que fue y sustituirlo por recuerdos vagos o amargos. Era algo real, como lo habían sido esos momentos y los sentimientos vividos en ellos.
Entonces miró la siguiente foto, sus labios, unos con otros, sus manos enredadas en su pelo, las de ella alrededor de su cuello. La siguiente mantenía la posición apenas sin cambios, y la siguiente, pero en la cuarta ya había espacio entre sus labios, y en la que le seguía, una sonrisa que les separaba aún estando peligrosamente cerca. Sin embargo, en la sexta de nuevo estaban completamente juntos. Seis fotos que retrataban todo el proceso de un beso. Seis fotos que eran un beso. ¿Cómo podía no haberse dado cuenta antes? Ya tenía la respuesta a todo lo que llevaba preguntándose desde hacía ya varios meses. Ya entendía porque nunca paraba de hacer fotos, porque ella seguía con él aunque se hubiera ido ya hacía mucho tiempo, porque no podía deshacerse de todos los momentos vividos, porque parecía como si reviviera una y otra vez lo mismo en su cabeza, porque  no conseguía olvidar aquella sonrisa, ni tampoco aquellas lágrimas. Entendió el porqué nunca había dejado de echarla de menos, el porqué siempre la tenía presente, porqué su apartamento continuaba oliendo a lavanda y porqué seguía sonando el sonido de la cámara al hacer una foto entre el silencio. El tenía la historia. Delante de sus ojos. Todo era real, las sensaciones, los viajes, los paseos, los días en el apartamento, los abrazos, los besos. Todo estaba ahí, retratado en unos trozos de papel que formaban la película de su relación, una película que parecía vivir en eterno replay. Su historia, al fin y al cabo. Y entonces se dió cuenta de que mientras esas fotos estuvieran con él, el estaría con ella.