sábado, 16 de marzo de 2013

Y ahí estaban. Todas y cada una de las fotografías que ella había ido haciendo a lo largo de su relación. Ordenadas por fechas, repartidas en álbumes, pegadas a la pared o simplemente esparcidas sobre su escritorio. Recogían pequeñas partes de su historia, partes de cariño, partes de viajes, de tardes, de discusiones, de reconciliaciones. Partes de amor al fin y al cabo. Nunca antes las había prestado atención, pero siempre habían estado ahí. Recordó que siempre la preguntaba por qué hacía tantas fotos y ella nunca le contestaba. Ahora lo entendía todo. Había obtenido esa respuesta sin necesidad de formular la pregunta.

Y ahí estaba. El día de su cumpleaños. La tarta que le hizo a pesar de no tener ni la menor idea sobre cocina, las velas a medio consumir, la cocina blanca por la harina y la bufanda verde que había utilizado para taparle los ojos. Aún podía recordar su olor en ese pañuelo, el suave aroma a lavanda que desprendía al igual que lo hacía su cuerpo en cada movimiento, y entonces, la vió a ella. 

Al lado estaban ellos, tumbados en el sofá arropados por una manta, dándose calor el uno al otro, ella apoyada en su pecho, leyendo cualquier libro de Jane Austen y el dormido sobre el cojín. Ni siquiera se enteró de cuando hizo esa foto. Pero ahí estaba, junto a las demás, construyendo la historia de la que formaba parte. 
También estaba el árbol de Navidad, los decorativos navideños en las cajas preparados para volver a formar parte de la casa un año más, las uvas de fin de año, el espejo roto por culpa de la botella de Champagne mal destapada, los envoltorios de regalos esparcidos por el suelo, su rostro sonriente con los pendientes que él la había regalado, la ropa tirada en el suelo al lado de la cama... Toda una Navidad capturada en pequeños trozos de papel que harían que ese recuerdo no se perdiera nunca, por muchos años que pasaran y por muchos daños que soportarán. El amor estaba ahí, en esas fotos. Todo se quedaría guardado para siempre, y ni el dolor conseguiría borrar lo que fue y sustituirlo por recuerdos vagos o amargos. Era algo real, como lo habían sido esos momentos y los sentimientos vividos en ellos.
Entonces miró la siguiente foto, sus labios, unos con otros, sus manos enredadas en su pelo, las de ella alrededor de su cuello. La siguiente mantenía la posición apenas sin cambios, y la siguiente, pero en la cuarta ya había espacio entre sus labios, y en la que le seguía, una sonrisa que les separaba aún estando peligrosamente cerca. Sin embargo, en la sexta de nuevo estaban completamente juntos. Seis fotos que retrataban todo el proceso de un beso. Seis fotos que eran un beso. ¿Cómo podía no haberse dado cuenta antes? Ya tenía la respuesta a todo lo que llevaba preguntándose desde hacía ya varios meses. Ya entendía porque nunca paraba de hacer fotos, porque ella seguía con él aunque se hubiera ido ya hacía mucho tiempo, porque no podía deshacerse de todos los momentos vividos, porque parecía como si reviviera una y otra vez lo mismo en su cabeza, porque  no conseguía olvidar aquella sonrisa, ni tampoco aquellas lágrimas. Entendió el porqué nunca había dejado de echarla de menos, el porqué siempre la tenía presente, porqué su apartamento continuaba oliendo a lavanda y porqué seguía sonando el sonido de la cámara al hacer una foto entre el silencio. El tenía la historia. Delante de sus ojos. Todo era real, las sensaciones, los viajes, los paseos, los días en el apartamento, los abrazos, los besos. Todo estaba ahí, retratado en unos trozos de papel que formaban la película de su relación, una película que parecía vivir en eterno replay. Su historia, al fin y al cabo. Y entonces se dió cuenta de que mientras esas fotos estuvieran con él, el estaría con ella.




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