viernes, 23 de noviembre de 2012

Su vida era como el guión de cualquier película de Woody Allen, algo fuera de la lógica, de lo común y lo ordinario, pero siempre conservando un poco de cordura y dando importancia al razonamiento. Inteligente, pero a la vez neurótica. Una montaña rusa de emociones, llena de subidas, bajadas y caídas en picado. Ella era el típico personaje que siempre interpreta el propio Allen, ese ser solitario, con grandes sueños surrealistas  que ve la verdad desde un punto de vista que otros jamás podrán, ese personaje al que algunos tienen la manía de llamar loco; que sufre continuos desequilibrios emocionales, tiene gran amor por la literatura y está obsesionado con la filosofía y el arte.  Pero no está loco, ni siquiera un poco. Tiene mucho más sentido común que la mayoría de la humanidad. Le aporta su modo de ver la vida a cada cosa que hace. Da una explicación a todo, tiene la necesidad de saber más que los demás y sabe que hay algo más allá de lo que todos ven. Su forma de vivir es esa a la que la sociedad y el ser humano han ido matando poco a poco hasta lograr una existencia sin sueños, sin teorías absurdamente realistas, y sin metas más allá de una oficina y el café de por las mañanas. Una vida sin pasión, por decirlo de algún modo. La sociedad ha matado la ilusión con el paso de los años, y nos ha dejado, en su defecto, esta cruda situación a la que todos confunden y llaman realidad.
 Ella, como Woody Allen, siempre que empezaba algo, terminaba en el punto de partida; intentaba querer, pero siempre acababa sola, soñaba más que cualquier otra persona y amaba el cine por encima de todo. Ella vivía una vida en blanco y negro, y  al mismo tiempo, soñaba en technicolor. Muchos la tacharían de loca, no entenderían su forma de pensar, y creerían que simplemente es una neurótica distorsionando la verdad para no tener que hacer frente a la cruda realidad. Sin embargo, ella, al igual que el director, sabía que eran ellos los locos , los que no tenían el valor de mirar al frente y darse cuenta de que la realidad no puede ser desperdiciar tu vida sentado en una silla de oficina, haciendo papeleo y perdiendo el tiempo que la vida nos ha dado la oportunidad de vivir, dejando a un lado sueños que nos mantienen felices, derrochando segundos que van cuenta atrás a cada instante que pasa. 



viernes, 16 de noviembre de 2012

"Los días rojos son terribles, de repente se tiene miedo y no se sabe por qué. "


Holly Golightly tenía miedo de ver la realidad, de ver con los ojos de los demás el mundo que la rodeaba, de no distorsionar la verdad y darse cuenta, en efecto, de a lo que tarde o temprano se tendría que enfrentar. Holly Golightly estaba perdida, en todos los sentidos, y no quería encontrarse. Prefería estar en un sitio que tan solo entendía ella, a estar en un mundo entendido por demasiada gente. Holly Golightly era incapaz de querer a nadie, no porque no quisiera, sino porque ella misma se lo impedía sin darse cuenta. Holly Golightly amaba la libertad por encima de todo, y ya sabéis lo que dicen: "el amor lleva a la locura". Y ese fue el problema. Amaba tanto la libertad que su amor le había hecho renunciar a todo con el único propósito de mantenerla. Ella, un espíritu libre, no pertenecía a nadie, ni tan siquiera a ella misma. Ella, orgullosa, siempre mostraba indiferencia ante todo, no se derrumbaba nunca, no se permitía perder la cabeza por nadie, se sentía débil cuando no era ella la que controlaba su vida, en cambio, hacía tiempo que había perdido ese control y aún no se había dado cuenta de ello. Un día, Holly Golightly encontró su alguien especial, alguien con quién no le importaría pasar el resto de su vida, pero de nuevo el orgullo y su propia idea de sí misma y de cómo debía ser, la cegaron por completo. Esa mujer segura que parecía por fuera, era un mar de dudas e inseguridades por dentro. Ella, incompleta de alguna forma, sabía perfectamente como era, lo que quería, lo que necesitaba, pero el miedo que ocultaba en una máscara de valentía, la impedían reconocerlo. Ella pues, era el mayor y único problema. 
Holly Golightly, como ya he dicho, quería libertad, algo sin ataduras. Aún así, ella misma se estaba encarcelando, se estaba encerrando en una jaula cuyos barrotes cada día eran más estrechos. Holly Golightly queriendo correr demasiado, se estaba perdiendo poco a poco en un laberinto que crecía a cada segundo. Se estaba encerrando en sí misma, en su persona, en la peor jaula que cualquier humano puede tener. Perdía el control poco a poco hasta que un día llegó el alguien que la hizo ver que debía reaccionar, que debía cambiar. Ya no sufriría más días rojos, no necesitaría ir a Tiffany`s constantemente, dejaría de cantar Moon River en su ventana, pasearía por Nueva York de día, incluso, podría ponerle nombre a su gato, quererle y encariñarse con algo más que no fueran unos diamantes y un bonitos pendientes.




-¿Sabes lo qué te pasa? No tienes valor. Tienes miedo, miedo de enfrentarte contigo misma y decir "Está bien...La vida es una realidad. Las personas se pertenecen las unas a las otras porque es la única forma de conseguir la verdadera felicidad". Tú te consideras un espíritu libre, un ser salvaje, y te asusta la idea de que alguien pueda meterte en una jaula. Bueno, nena, ya estás en una jaula. Tú misma la has construido y en ella seguirás vayas a dónde vayas, porque no importa dónde huyas, siempre acabarás tropezando contigo misma.- ("Breakfast at Tiffany`s", Blake Edwards, 1961)

sábado, 3 de noviembre de 2012

Tiene que ser jodido levantarte y saber que la persona a la que abrazabas cada día ya no estará contigo para rodearla con tus brazos, y no porque ya no os queráis, sino porque ya no está ni contigo, ni con el mundo. Tiene que ser jodido pasar toda tu vida con una amiga, tener mil bromas con ella, tener fotos en las que las dos saléis sonriendo, en la que ella te besa la mejilla y un día, simplemente ya no esté ahí. Tiene que ser jodido ir a ver un día una película con alguien y al siguiente desear repetir ese instante miles de veces y que no acabe nunca; tiene que ser jodido despedir a tu hija con un "adiós" sin saber que esa será la última palabra que cruces con ella. Debe ser frustrante saber que nunca más podrás dar un abrazo a alguien, que no podrás escuchar más su risa, ni tampoco sus palabras; frustrante el pensar que nunca más alguien como tu hermana irá a tu habitación cada día para ponerse tu ropa, y que no discutiréis por si le dejas o no una camiseta de la última colección de Zara que compraste con tu paga; tiene que doler el saber que todos los años de amistad han quedado en recuerdos, que un amor que podría haber sido pasajero probablemente se quedará grabado en ti para el resto de tu vida. Jodido que todo lo que has tenido durante años, te sea arrebatado en segundos, frustrante el saber que no podrás mirar nunca más a sus ojos y que al hacerlo ya no verás ni una chispa de vida en ellos, doloroso el saber que ya jamás podrás escuchar sus consejos, su simple voz. Una sonrisa que desaparecerá para siempre, una vida que dejará su huella en el mundo pero que nunca más podrás continuar. 


¿Qué clase de sentimiento se te tiene qué pasar por la cabeza al ver como la persona a la que más quieres en el mundo se está muriendo a tu lado sin poder hacer nada? ¿Impotencia? ¿Debilidad? ¿Horror? Un momento que se quedará en tu mente para el resto de tu vida, eso seguro, un momento que a partir de ahora aparecerá en todas y cada una de tus pesadillas, que querrás olvidar, pero que verás imposible borrar de tus recuerdos. Sin embargo, la mala experiencia nos la quedamos nosotros. El echar de menos, el vacío que nos dejan, solo lo vamos a sufrir nosotros, los que nos quedamos. Quien nos deja, solo vive un día más, sin saber que será el último, se levanta como cada mañana, desayuna lo de siempre, habla con sus amigos como siempre, suelta tontería tras tontería solo para reírse y pasar el rato, ve a su persona especial planeando un futuro con ella, piensa que hacer mañana por la tarde, qué  ponerse el lunes para ir a clase, habla con su familia como cada día y se queja a su madre de que le ha echado demasiada comida en el plato. Solo vive, como siempre desde que nació. Respira sin darse cuenta de que lo hace. Inconscientemente le late el corazón. No le da importancia. En cambio, en unas horas todo se vuelve negro, le da importancia a las cosas si tiene el suficiente tiempo para hacerlo, piensa en los "te quieros" que le han faltado por decir, de las cosas que le han quedado por vivir, de la poca consideración que ha tenido toda su vida al simple hecho de tomar oxígeno por su boca, y de lo mucho que desearía en ese momento poder hacerlo, aunque solo fueran unos minutos más, sólo para decir adiós, para despedirse como es debido. Desearía con todas sus fuerzas que su corazón latiera una vez más, y entonces, darse cuenta de lo realmente importante que es algo a lo que nunca antes había prestado atención, algo tan insignificante pero que da la vida, que nos hace seguir en pie, seguir viviendo. ¿Y entonces qué es lo que queda? Un montón de sueños rotos, de palabras no dichas, de intentos frustrados de aspirar una bocanada más de aire que nos mantenga en el mundo, que nos mantega con vida.